Desde lo más remoto de mi memoria recuerdo la infancia con los amigos del barrio, los juegos que mi hermano y yo compartíamos corriendo y saltando en el patio y en la calle (cuando en las calles de las ciudades aún se podía jugar) como algo natural, espontáneo, cotidiano. La calle era nuestro medio, la imaginación nuestro recurso y la improvisación nuestra originalidad. No había tantos recursos económicos ni tantos avances informáticos, el tiempo de ocio consistía en bajar a jugar con los vecinos del barrio, en los prados y jardines cercanos a las casas. Y el juego era improvisación, correr, saltar era algo natural y cotidiano, divertido y “competitivo”, organizábamos concursos de saltos de obstáculos con palos, donde no solo contaba no tirar ninguno sino también acabar en el menor tiempo posible.
Mindfulness para runners
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